En una gran población del norte de África un funcionario público, jefe del departamento de desratización, lucha contra los millones de ratas que amenazan la ciudad. Solitario, de carácter obsesivo y sensible hasta rozar la paranoia, se entrega a su trabajo de manera ejemplar. Toda su vida discurre bajo un orden extremo, no deja nada al azar, a lo que añade la manía de anotar reflexiones íntimas y secretos sobre pequeños trozos de papel.
Fábula política en la que el autor desarrolla con humor una aguda crítica al régimen argelino, a una burocracia capaz de castrar cualquier atisbo de libertad de expresión, generando una realidad asfixiante de la que es imposible escapar.
«Efectivamente, estoy obsesionado por la libertad del ser humano, sus verdades, su cobardía… lo que yo llamo el magma humano. El hombre me da pena, y es esta compasión la que me lleva a escribir.» Rachid Boudjedra
Escritor francés de origen español, Jean-Baptiste del Amo (Toulouse, 1981) sorprendió a la crítica francesa cuando publicó Una educación libertina, su primera novela, ambiciosa, literaria, importante. Ganó el premio Goncourt a la Primera Novela, el premio Laurent Bonelli, el premio Fénéon y el premio François Mauriac de la Academia Francesa. Su éxito fue total.
Se sitúa en el París de 1760, cuya descripción resulta delirante. Los olores son nauseabundos y el río aparece infectado por las ratas y los muertos. De ahí sus semejanzas con la novela de Suskind, El perfume, con la que se le ha querido emparejar. Sus descripciones realistas meten al lector en la sociedad del siglo XVIII. En sus formas de vivir, de hacer el amor por las calles, de buscar comida y huir de las enfermedades. La homosexualidad, la prostitución y el libertinaje que aparece desde el título se proyectan aquí sin tapujos. Ya que la sexualidad, en la novela, se vive con dolor.
El estilo de la novela es magistral. A veces tan sobrecargado que produce una sensación parecida a la náusea. El lenguaje detallista, explícito, las largas frases musicales, la profusión de adjetivos, te sumergen en un París delirante. La novela, como el personaje, avanza hacia el río. Una especie de bildungsroman ya que Gaspard, hijo de unos granjeros de Quimpert, y personaje principal, llega a la ciudad y lo primero que hace es buscar ese río que ofrece trabajo, y que divide París en dos mitades.
A medida que avanza, Gaspar va escalando puestos en la sociedad de cualquier manera. No le importa venderse con tal de ir subiendo. Es un trepa de baja estofa. Gaspar mata a su padre sin darse cuenta de lo que hace. Abandona a su madre paralítica para salir de la pocilga en la que vive y rompe con su pasado. A partir de ese momento, empieza un errar por las calles de la ciudad que representa una fuga total de su pasado. Una de las preguntas en la que caben varias explicaciones que nos plantea la novela es la razón por la cual Gaspar se va autolesionando, escarbando una herida en el vientre. ¿Quizá es que el personaje se está dibujando en sí mismo el recorrido del Sena, ese “vientre de París” que da título a una de las novelas de Émile Zola?
En Una educación libertina, encontramos el París de las novelas francesas del XVIII y XIX, e incluso La educación sentimental de Flaubert. Además de las pinturas de Schiele, de Géricault, las fotos de Nebreda, y la obra entera de Proust. Entre líneas, se dibuja el esqueleto del texto, una investigación exhaustiva sobre la ciudad que el autor no conocía antes de publicar la novela y, un sinfín de lecturas literarias y referencias culturales.
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«Son muchas horas de intimidad apasionada cuyo recuerdo intento fijar en este libro, horas en las que, vagando de calle en calle, de campo en campo, bogando en la soledad luminosa de la Laguna, mecido en los cojines de una góndola o acodado en la barandilla de madera de una altana, Venecia me confió, a cambio de mi atento cariño, algunos secretos de su silencio y su belleza.»
En La altana, publicada en 1928, Régnier da cuenta de cada una de sus doce estancias venecianas: sus impresiones de viajero, sus visitas a museos, iglesias, sus encuentros con los amigos escritores y artistas (entre los que destaca Fortuny), pero sobre todo sus callejeos por la ciudad y por la Laguna.
Ilustrado con fotografías de Mariano Fortuny.
Las vísceras de París
En todas las rentrées los parisienses hacen cuanto está a su alcance para proclamar un nuevo invento literario, un nuevo escritor, una nueva novela de autor consagrado o no. Lo hacen por sentido comercial, pero también para divertirse. El mundo del libro está más vivo en Francia en todos los sentidos: se lee más, se vende más, se comentan más las presuntas primicias de la feria novelesca o filosófica. Hace tres años, la novela Una educación libertina, del joven escritor Jean-Baptiste del Amo, nacido en Toulouse en 1981, dio la campanada, con sones bastante graves y convincentes, a diferencia de otras rentrées donde lo que privaba era ensalzar las virtudes frívolas del producto y su poder relajante. De pronto, aparecía un autor serio, dueño de un lenguaje rico, preciso, y por su misma precisión alucinante.
Sólo puedo expresar mi admiración tras haber leído Una educación libertina, primera novela de Jean-Baptiste del Amo, que lo coloca en las antípodas de otros escritores de su generación y de generaciones anteriores. En contra de la novela francesa actual, tremendamente flácida y disipante, Del Amo opta por una escritura densa y argumentada, con el sentido filosófico y crítico (pienso en La religiosa de Diderot) que tenían las grandes novelas del siglo XVIII, pero colmando la historia de un espesor existencial que no solemos relacionar con el siglo XVIII, y que a mi entender hace grande la novela. Para Del Amo hubiese sido muy fácil plantearse un siglo XVIII más luminoso, más frívolo, menos pestilente, menos "real", pero en lugar de hacerlo utiliza el siglo de los perfumes como el escenario sofocante y envolvente de una tragedia existencialista, de una gravedad y una precisión desconcertantes, en la que jamás se frivoliza sobre los movimientos del espíritu y los movimientos del deseo, convirtiendo la historia en una reflexión sobre la condición humana, repleta de imágenes fulgurantes y terribles sobre la realidad de los cuerpos y la bajeza o excelencia de las almas. A través de una escritura tan calculada como fluida, vamos accediendo a las vísceras de París, que en el siglo XVIII era lo mismo que decir las vísceras del mundo.
Se ha relacionado la novela de Del Amo con El perfume de Süskind, pero a El perfume sólo se parece en la importancia que tiene en ambas novelas el mundo de los olores, pues nunca Del Amo utiliza procedimientos propios de los best sellers como sí hace Süskind, ni las explicaciones tienden a ser didácticas y explicativas como lo son las de Süskind. En Una educación libertina el narrador conforma un todo envolvente y unificador, en buena medida plegado al punto de vista del advenedizo Gaspard, héroe de la novela, que llega a París desde un pueblo donde criaba cerdos, con la vaga ilusión de ennoblecerse y despojarse de su ruralismo. En parte lo consigue, pero sobre todo consigue desgarrarse. Y es que Una educación libertina es una novela sobre el desgarro interior, asombrosamente así es. Una novela sobre cómo vamos construyendo día a día nuestra grandeza y nuestra ruina, con el sentido de la moraleja filosófica que tenía la novela en el siglo XVIII, pero proyectando sobre ese siglo una mirada completamente moderna. También es una novela sobre la angustia, la soledad, la parte oscura e incontrolable del alma, la culpa, el orgullo del yo, sus inconfesables miserias. Una novela, en fin, sobre lo que se ocultó del siglo XVIII más que sobre lo desvelado. Una novela sobre el horror que escamotean a menudo las visiones del pasado, y muy especialmente las del Siglo de las Luces.
Se le pueden objetar a Del Amo algunos anacronismos en el uso del lenguaje (del que por otra parte se revela un maestro formidable que hace lo que quiere con el francés, que lo convierte en una lengua tremendamente resbaladiza, contundente, serpenteante y expresiva) pero, menudencias aparte, la impresión general de la novela no puede ser mejor, precisamente por su seriedad y su renuncia a caer en el humor fácil, precisamente por su gravedad. Uno cierra el libro haciéndose preguntas sobre la historia que ha leído. Del Amo consigue que el desgarro del protagonista llegue al lector, y uno tarda en desprenderse de la atmósfera de la novela, de sus fragancias, su pestilencia, su angustia, su desesperación. Al final, hay un leve toque de humor procedente, como cabía esperar, del cinismo de la nobleza, que no ignora que la pobreza se hereda con más facilidad que la riqueza, y que la angustia es la enfermedad de los que nunca llegan a aniquilarse como conciencias.
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