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El Premio Nobel de Literatura 2022 ha sido concedido a la escritora francesa Annie Ernaux.El [...]

El impecable debut literario de Meryem Alaoui nos ofrece en De la boca del caballo sale la verdad una colorida panorámica de la [...]

Dentro del proyecto de publicación de la obra completa de Annie Ernaux, Cabaret Voltarie presenta "Los armarios vacíos".

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La literatura escrita desde la autenticidad y, por qué no decirlo, desde el dolor, siempre acaba imponiéndose. Cuando es muy personal y de estilo muy marcado, necesita tiempo. Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) va viendo cómo sus libros calan en los lectores en español. Los últimos años han aparecido Villa triste, Calle de las tiendas oscuras y la llamada Trilogía de la ocupación, que recoge sus primeros títulos. En casi todas estas novelas el escenario es París. Una ciudad convertida en complejo personaje literario, con sus esquinas, sus barrios y sus plazas que corresponden a las emociones, las dudas, los heroicos fracasos del narrador. El París de Modiano late, sufre, recuerda. Es el negativo de la ville lumière de Victor Hugo. Una encrucijada de mínimos complots y desencuentros que revelan la rotunda categoría de las sombras, su poderosa huella dejada en la memoria como un estigma. Sus personajes, incluso los más velados y tenues, se imponen a la imaginación del lector con la impronta de los sueños. Y la atmósfera, el halo que rodea como una tela de araña sus historias, se enseñorea del argumento, de los personajes, para acabar siendo la final sustancia de su literatura, en una pirueta narrativa que viene de Kafka.

La escritura de Modiano tiene la sencillez de lo que se ha trabajado como un mármol hasta que no queda ni un mero arañazo de uña, sino el brillo sedoso de la frialdad, una frialdad a veces de morgue. Su primera persona es lacónica, habla entre líneas, se expresa mediante silencios. Y el lector, rechazado como un intruso al principio, va entrando poco a poco, como si hubiera de acostumbrar los ojos a unas imágenes que al principio parecen abstractas. Y son muy concretas. El escritor francés sabe siempre en qué órgano preciso de París sucede el dolor. Barrio perdido, novela de 1984, nos transporta a un apartamento de la place de l’Alma. Estamos esperando a que Carmen Blin se despierte. Aquí el narrador es un escritor de novela negra, Ambrose Guise, que regresa a París después de veinte años de ausencia. Es un julio muy caluroso, la ciudad le parece desierta y minúscula. Ni él sabe que ha venido para rastrear la sombra del joven que fue y la de quienes veía antes de que un crimen le hiciera huir a Inglaterra. Entonces se llamaba Jean Dekker. Y frecuentaba a la lánguida Carmen, a la fiel Guita, al abogado Rocroy. Así como al actor retirado Georges Maillot y los animosos Hayward, que desde la Rue Rodin movían al grupo como si fueran marionetas en su automóvil.

Guita sale de viaje y le deja las llaves de su casa, donde vivía con Rocroy. Allí Dekker se enfrenta al pasado, es decir, pasa al otro lado del espejo. Y ese lado, inseguro, en apariencia absurdo, intrascendente, tiene las claves extraviadas de su propia identidad. A través de Tintín, un operario de cine que persigue cada noche un auto en el que iría el desaparecido Maillot, entra en ese mundo que creía ido pero que sigue ahí. “Inicié mi vida con una salida en falso”, escribe. Ya ha sido engullido de nuevo por esa salida, que puede borrar de un plumazo veinte años de próspera identidad como autor y padre de familia.

A partir de ahí, entramos en el mundo Modiano. Un lugar donde nadie puede “estar”, pero al mismo tiempo nadie tiene permiso para salir. Una trampa de la vida y la literatura. Esperamos que Carmen se despierte, guardada por el celoso mayordomo, o que vuelva de una noche interminable. Recorremos una vez y otra, bajo la luz de las farolas, la avenida del Presidente Wilson, la avenida Montaigne, la Place de l’Alma, la Course de la Reine. Todo un barrio perdido, nocturno, desierto salvo por esos personajes. Sin ellos, sin la golpeada novia de Ludo, la vida de Dekker no existe. Una vez recobrado el barrio perdido, la morfina de la memoria, uno puede olvidarse de todo.

Patrick Modiano es el escritor del desamparo. Sus personajes buscan el calor humano que el pasado les negó y a él se aferran como lapas, intentando incluso para ello, como el narrador de Un pedigrí, una obra autobiográfica, “hallarle un misterio a aquello que no tenía ninguno”.

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Cabaret Voltaire publica "El Potomak", primera novela de Jean Cocteau de 1919, todavía inédita en castellano.

"El Potomak" es un verdadero experimento transgresor y significó su nacimiento como escritor. Cocteau nos ofrece un montaje de textos, acompañados por un centenar de dibujos de trazos sorprendentes y de inspiración cubista.

En esta particular novela gráfica Cocteau nos presenta una obra poblada de seres fabulosos, enigmáticos e irreales, algunos de los cuales de una crueldad aterradora: los sanguinarios y voraces Eugènes que devoran a una ingenua y aburguesada pareja de recién casados, los Mortimer; el cocodrilo que “se come a mordiscos a Odilia”, en un poema declamado por la Faringe, otra criatura extraña; el Minotauro que invita a Teseo a visitarle y a hacerle compañía; y, por supuesto, el Potomak, ese enigmático monstruo que vive en un acuario situado en los sótanos de la iglesia de La Madeleine.


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Mohamed Chukri (Nador, 1935-Rabat, 2003) fue un personaje más que curioso que escribió en árabe, pese a que por haber nacido en El Rif hablaba español y francés. Bohemio y un tanto escritor maldito del mundo islámico, Chukri -se lo veía bebiendo en los bares de Tánger muchas noches- mezclaba muy bien las dos tradiciones en que se formó, la islámica y la occidental, aprendida en el mítico Tánger Internacional, que es el tema de fondo, en más de un modo, de este libro de recuerdos y de reflexiones de Chukri sobre Paul Bowles (el último mito de esa perdida ciudad internacional, en la que murió) aunque también dedique un buen espacio al carácter, anécdotas y maldiciones que acompañaron la vida, a la postre trágica, de la mujer de Paul, Jane Bowles que (a quienes la conocieron) no sólo les parecía también una gran escritora, sino mucho más sugestiva que el siempre un tanto frígido Paul... 

En principio hay una crítica a ese mundo similar a la que hace Juan Goytisolo:El brillo de Genet, de Borroughs, de los Bowles, de Tennessee Williams, de Ginsberg o de Capote -entre muchos más- ocultaba al pueblo marroquí, colonizado y empobrecido y que (según esta teoría) interesaba poco a los glamurosos visitantes... Es difícil decir que no les interesaba el mundo marroquí, cuando Bowles (desde 1949) se quedó allí prácticamente toda su vida. Recogió el folklore musical marroquí que podría haberse perdido y procuró transmitir los relatos orales (tan árabes) de sus amigos Mrabet o Charhadi. Lo que sólo se insinúa -y el caso de Bowles no fue el más típico- es que el interés de los visitantes por el mundo marroquí se limitaba a cierto exotismo que les gustaba y a la facilidad del turismo sexual masculino que allí encontraban. El Islam lo prohibía pero, en aquellos tiempos más tolerantes, se hacía la vista gorda. Es natural, hasta cierto punto, que en el ameno libro de Chukri, no falto de alguna acidez, se mueve entre dos aguas: la fascinación y el desdén. La atracción por ese Bowles que al final hizo de Tánger su castillo aunque no lo amara (no es tan seguro) y el desdén por aquel mundo refulgente -en el que también estaba Jane y la mora Cherifa- que quería el “color local” y el sexo, pero nunca el fondo de la cultura marroquí. Tampoco a Paul parece aplicable por entero este desinterés (que Chukri argumenta) pero sí desde luego a escritores como Capote, Williams o el mismo Burroughs, que buscaron la permisividad de la ciudad con la droga y con la homosexualidad masculina. Les interesaron los chicos marroquíes más que la cultura de Marruecos. Pero ¿también a Bowles? ¿O lo compaginó con cierta rara sabiduría que su frialdad ocultaba? Es verdad que Chukri es ambivalente con Bowles, rechaza al icono de la vieja sociedad internacional, al que adoraba, y salva al escritor y al hombre que estimó sin entenderlo. Quizá ninguno entendió por entero al otro, aunque hubiera tanta cercanía. Bowles viene a ser la rica contradicción del Tánger internacional, una suerte de país que nunca existió, un lugar en Marruecos que no era del todo Marruecos, pero tampoco España ni Francia ni Londres ni Nueva York... Luz y sombra: fulgor.

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Cabaret Voltaire publica "El pan a secas" la mítica novela de Mohamed Chukri en la versión revisada por el autor y en una nueva traducción del árabe, que ofrece el libro en toda su crudeza, libre de matizaciones. 

La crudeza y audacia literaria de esta novela autobiográfica consagró a Mohamed Chukri como una de las voces imprescindibles de la literatura magrebí contemporánea. Una obra de culto, prohibida durante casi dos décadas en los países árabes.

Es época de hambre en el Rif. Una familia deja su casa y emprende el éxodo hacia Tánger en busca de una vida mejor. Pero la crueldad de un padre violento obliga al pequeño Mohamed a huir de casa. Es el camino del aprendizaje. Sufre el hambre, el miedo y la violencia en las duras calles de Tánger y Tetuán. En las noches pasadas bajo las estrellas, probará el sabor del sexo y la amargura de la prisión. Una geografía de miseria en donde crecer es descubrir el dolor, la injusticia y la compasión.